Richard Vaughan: «No me parece bien radicalizar la ecología»

Los primeros años de Richard Vaughan (1951, Houston, Texas) transcurrieron en plena naturaleza. «Durante mi niñez, a partir de los 4 o 5 años, pasaba el 70% del tiempo al aire libre, en el bosque, jardines o campos deportivos. Es curioso porque mi padre fue hombre de interiores. Pero mi abuela paterna era cazadora y pescadora. Su padre, mi bisabuelo, se quedó viudo cuando ella tenía 9 años. Vivían en una granja y mi abuela tuvo que hacer de madre de tres de sus hermanos. Eso la curtió», comenta sentado en una de las gradas del teatro de títeres del Retiro, «un parque señorial muy bien cuidado».

Algunas mañanas, bien temprano, a las 5:45, viene hasta aquí –«vivo al lado»– para dar un paseo de 30 minutos. Le gustan todos los rincones de este parque tan emblemático de Madrid, pero tiene especial predilección por el teatro de títeres:«Siempre veo este sitio vacío y, desde hace tres años, le doy vueltas a la idea de dar clases de inglés aquí, de forma gratuita. Caben unas 120 personas, que podían tener una clase a las horas que no están los títeres. Pero no hay forma de obtener la autorización. Los que tienen la concesión y el Ayuntamiento se pasan la pelota unos a otros. No dicen que no, pero tampoco que sí», se lamenta.

Llegó a España con 20 años y una beca de la Universidad de Texas. Su intención era dominar el castellano antes de volver a su país para hacer un doctorado en Literatura Española. Pero las «circunstancias» cambiaron sus planes. «Soy muy Orteguiano. Dejo que las circunstancias me empapen, como venir a España. Pero cuando tomo decisiones intento inclinar la balanza orteguiana a mi favor». Y vaya si lo hizo.

Para costearse su estancia empezó a dar clases de inglés. «No lo había hecho nunca». Recuerda incluso el nombre su primer alumno, un arquitecto de cuarenta años, que le dio la clave de lo que hoy es el método Vaughan. «No podía oír a un alumno destrozar mi idioma. Por mi forma de ser intervine cada vez que eso ocurría», explica. Al acabar, su alumno le preguntó:«¿Es tu primera clase, verdad? Se nota. Pero me ha gustado, porque me has corregido todo. Estás encima. A los otros profesores parece que les da igual», recuerda. «En aquella primera hora de clase aprendí que lo que aprecia el alumno en un profesor es que le dé caña, con cariño pero con firmeza. Y enseguida empecé a tener más alumnos de los que podía aceptar. Y el ramalazo empresarial salió».

Los cimientos de lo que hoy se ha convertido en «la primera empresa de idiomas en el sector privado en España», quedaron fijados. «El éxito de Vaughan se debe a formar profesores de calidad. Hay que intentar no decepcionar nunca. Y si puede ser, que te admiren. Si eso ocurre, da igual la materia que enseñes, enganchas al alumno y su curva de aprendizaje cambia de forma muy apreciable, se acelera».

La casa del árbol

El parque evoca en Richard escenas de su niñez. Como la casa del árbol a la que trepaba con sus amigos:«Entre los 9 y 12 años viví al lado de un bosque tan denso que cuando te adentrabas 200 metros apenas se veía la luz. Con otros amigos construíamos casas en los árboles y trepábamos a unos 20 metros de altura. Ahora me pregunto cómo podía hacerlo». Pero su primer recuerdo relacionado con la naturaleza se remonta más atrás aún.

«Yo tenía unos dos años. Vivimos durante diez meses en un bloque de apartamentos en Queens, en Nueva York. Las ventanas traseras del edificio daban a un bosque, y recuerdo cómo caía la nieve y yo salía para correr entre los árboles, donde había muchas ardillas, a las que me gustaba perseguir». De vuelta a Houston «mi padre alquiló una casa que tenía un jardín pequeño, de 150 metros cuadrados, pero con mucha frondosidad. Yo era admirador de David Crockett. Tenía un rifle de juguete y me perdía por allí, en una zona con diez árboles, buscando osos».

Cuando llegó a nuestro país, lo recorrió en autoestop, «con una chica, porque de lo contrario, nadie paraba». Explica que en primavera del 73, utilizó mucho este medio para viajar por España. «Recorrí muchos pueblos de Vizcaya y Guipúzcoa. No he visto un verde más bonito en mi vida. Y he estado en Colorado (EE.UU.) y en Italia, en la zona de los lagos, en Galicia, Asturias, Cantabria… He visto paisajes que quitan el aliento, pero la forma suave y el color verde del País Vasco, sobre todo la zona fronteriza entre Guipúzcoa y Vizcaya, me impresionó sobremanera. Y también me gustó, en este caso por su aridez, Ronda, en Málaga. España está llena de belleza».

Para Richard Vaughan, la naturaleza del Viejo Continente es diferente a la de América en general. Esta última «está en un estado más salvaje, menos alterada. En Europa el paisaje lleva 1.500 años más de “manoseo” por el hombre. Las Américas serían un jardín caótico, bonito, y Europa es como un parterre, muy geométrico». Sin embargo, confiesa que, con el paso de los años, se ha convertido en un hombre de ciudad:«Mi relación con la naturaleza en España es menor que en Estados Unidos. Me hinché en los primeros 20 años de mi vida y ahora soy más de asfalto», señala gráficamente.

La capital más bonita

Una de las cosas que le gustan de Madrid,«la capital más bonita de Europa», es que tiene «mucho verde, incluso en las aceras, a diferencia de París o Londres». Sin embargo, nos falta rematar algunos detalles, precisa:«Cuando estoy en Estados Unidos durante un tiempo y vuelvo luego a Madrid, me doy cuenta de detalles, como el hecho de que no se elimine la maleza del borde de las carreteras… Da mala impresión».

De la capital le gusta en especial el recorrido desde Atocha hasta la plaza de Castilla, «en primavera, cuando los árboles están en flor, y también en verano. A las 10 de la mañana, en domingo, cuando la ciudad está aún tranquila, ir caminando o en coche desde Atocha es un paseo muy bonito. Si yo fuera el alcalde, con dinero, claro, intentaría cerrar al tráfico el paseo del Prado y Recoletos. Desviaría los coches por debajo, aunque con el arroyo Abroñigal que también discurre bajo tierra, el metro y el tren, sería un gran reto para los ingenieros lograrlo. Pero imagina que pudieras ir desde Cibeles a Atocha caminando, sin tener que cruzar ninguna calzada», resalta.

Y es que una de las cosas que le gustan de Madrid es que tiene «la naturaleza dentro». Un ejemplo es el Retiro, o el parque del Oeste, que conoció nada más aterrizar en Madrid. «Con otros tres estudiantes americanos compartí un apartamento en Rosales, durante seis meses».Del parque del Oeste lo conoce todo:«hasta los búnker de ametralladoras de la guerra civil. Por ahí entraban las tropas nacionalistas desde Talavera. Y hubo encarnizadas batallas en la Ciudad Universitaria entre las dos Españas».

Richard Vaughan, además de conocer a fondo la literatura española, es también «un estudioso de la historia». Y le gusta «fusionarla con el paisaje». Después de hacer un recorrido por distintos lugares de la geografía española se detiene en Hellín (Albacete), ya cerca de Alicante para recordar que ese paisaje rudo era «el mismo que contemplaron Aníbal, Asdrúbal y Amílcar».

Este polifacético «hombre del inglés» ha viajado por más de treinta países, pero ahora prefiere un ritmo de vida más relajado, dedicado a la lectura y la música, que compone y dirige. Su próxima cita, en el Auditorio de Madrid, es el próximo año. Se declara ecologista, pero con matices: «Defiendo la protección de la naturaleza, pero también soy humanista. El ser humano es la máxima expresión de este mundo. Estoy a favor de ir controlando mejor la naturaleza a nuestro favor. No me parece bien radicalizar la ecología», explica.

Aún así se muestra crítico con algunas prácticas: «Galicia me ha decepcionado en los últimos 30 años por la invasión de eucaliptos. Y luego con los incendios, un aspecto que se ha descuidado. Habría que cambiar y endurecer la legislación para evitarlo. Con la actual no se fomenta la reducción de los fuegos provocados». Y hace referencia a la zona oeste de la sierra de Guadarrama, que también ha sufrido reiteradamente el azote del fuego, «como en Robledo de Chavela. Es una pena, porque ves las torres de vigilancia y, paradójicamente, el fuego ha dejado ya poca naturaleza que vigilar».

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