La razón por la que nos gusta la comida picante, según la ciencia

El ser humano es el único animal que disfruta alimentándose con comida picante. Y, como bien sabemos, en algunas regiones del mundo (México a la cabeza), dicha sensación es una parte esencial de los menús diarios. ¿Por qué nos gusta tanto la comida especiada si con ella nuestra lengua parece arder, nuestros ojos lloran y otros sabores más sutiles son eliminados? Es una pregunta mucho más pertinente de lo que parece, y que psicólogos como nuestro conferenciante Paul Rozin de la Universidad de Pensilvania, quizá el mayor experto sobre picante del mundo, llevan décadas intentando responder.

Empecemos por el principio: según una investigación realizada por el propio Rozin durante los años 70, los animales muestran siempre aversión a la comida picante. Tan sólo aquellos cuya habilidad para sentir la capsaicina -el compuesto químico que resulta irritante para la lengua de los mamíferos- había sido destruida se interesaban de forma genuina por dicha comida. La lección es muy sencilla: el gusto por el picor en la comida no es natural, sino que es adquirido, como también demuestra que haya tanta diferencia entre culturas (y entre personas) a la hora de disfrutar de este tipo de alimentos, aunque parezca de una forma u otra en todos los rincones del planeta.

Debemos recordar, además, que el picor no es un sabor, como el dulce o el amargo. No, cuando comemos guindillas, pimientos picantes u otros alimentos semejantes, nuestra lengua activa los receptores de dolor, y señala al cerebro la alerta de que estamos comiendo algo que quizá no deberíamos. Se trata del subtipo 1 de receptor de vaniloide, que causa una sensación muy semejante a la que sentiríamos si nos quemásemos la lengua. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurriría si nos quemamos de verdad, no hay daño en el tejido de nuestra lengua, y a pesar de ello, la señal es emitida al cerebro.

Dame más picor, no pares, por favor

Así pues, si nuestro cerebro entiende perfectamente que estamos sintiendo dolor, ¿por qué no podemos parar? Ahí se encuentra la clave: porque, de igual manera que algunas personas gozan golpeadas a la vez que hacen el amor, disfrutamos de la mezcla de dolor y placer que nos ofrece la comida picante. Como explica un artículo publicado en The Wall Street Journal, en nuestro cerebro, las sensaciones de placer y dolor muchas veces se solapan. Ambas utilizan los nervios del tallo cerebral, activan el sistema de dopamina del cerebro y las mismas áreas del córtex que influyen nuesttra percepción y conciencia.

El doctor Rozin llegó a la conclusión de que, si nos atrae tanto la comida picante, es porque pone en funcionamiento al mismo tiempo los sistemas de dolor y placer, algo que también ocurre al practicar otras actividades de ocio como saltar en paracaídas, montarse en una montaña rusa o ver películas de terror: son formas más o menos seguras de entrelazar nuestros miedos y placeres sin ponernos en riesgo. Rozin las llama en un artículo publicado en la revista Motivation and Emotion actividades «benignamente masoquistas» (o «reverso hedónico»), y que tan sólo ha sido capaz de encontrar en el ser humano.

A la ecuación hay que añadir otro ingrediente, esta vez cortesía del neurocientífico de la Universidad de Oxford Siri Leknes, que en una investigación publicada en Plos One demostró de qué manera la sensación de alivio y placer son, esencialmente, la misma. Nuestro cerebro siente miedo y amenaza cuando nos metemos en la boca una guindilla, pero una vez descubre que esta no nos va a causar ningún daño, nos hace sentir un alivio que, como hemos visto, se traduce en una peculiar clase de placer. Una semejante a la que sentiríamos si viésemos venir de frente un coche y fuésemos capaces de sortearlo en el último segundo, sólo que mucho más seguro.

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