Catedrático de Filosofía Política y Social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director de su Instituto de Gobernanza Democrática, Daniel Innerarity (Bilbao, 1959, pero residente en Navarra) presentó el día 6 de octubre en Pamplona su último libro apenas un día después de recibir la buena noticia de que la primera edición -2.500 ejemplares- está agotada.
Para la puesta de largo de la obra «La política en tiempos de indignación«, Innerarity, quien entre otros muchos reconocimientos recibió el premio Príncipe de Viana de la Cultura en 2013, contó con la colaboración de Jorge Urdánoz, profesor de Filosofía del Derecho de la UPNA.
Innerarity, a quien la revista Le Nouvel Observateur le incluyó el año 2004 en una lista de los 25 grandes pensadores del mundo, explica en su libro cómo hemos pasado desde el desinterés por la política a la indignación, para llegar al reto de dar una dimensión constructiva a aquel impulso ciudadano.
«La política en tiempos de indignación» es el elocuente título de su último libro. ¿Qué se va a encontrar el lector?
-Sobre todo instrumentos de análisis que le ayudarán a entender lo que está pasando en la política en un momento especialmente complicado y que pueden servirle para formarse una opinión propia (que no tiene por qué coincidir con la mía, por supuesto) y a tomar, como ciudadano, como ciudadana, las decisiones que considere mejores. Todo el que esté preocupado por lo que pasa con los partidos, las identidades, la relación entre ética y política, la transparencia, la política en general, se encontrará con algunos conceptos útiles para combatir la confusión en la que nos encontramos y ponerse a salvo en una época de especial incertidumbre.
¿Se puede hacer política desde la indignación?
-Sin esos sentimientos de indignación, crítica y protesta, la política sería una realidad plana e insulsa, en beneficio de los poderes constituidos; pero si no tuviéramos la capacidad de articular esa protesta de un modo inteligente y de acuerdo con la lógica propia de la política, la indignación no sería más que un desahogo improductivo y las cosas seguirían como siempre. Lo que planteo en mi libro es que hemos pasado por una etapa de desafección y desinterés, luego por una etapa de indignación o repolitización y ahora estamos frente al reto de darle una dimensión constructiva a todo aquel impulso ciudadano.
¿Existe el riesgo de que la indignación nos lleve a tomar decisiones que en otro estado no tomaríamos o incluso nos arrepentiríamos de haberlas tomado?
-La indignación lo ha puesto todo perdido de lugares comunes y es necesario poner un poco de orden en todo ello. Puede que los tiempos de indignación sean también momentos de especial desorientación y por eso prestamos más atención a la corrupción que a la mala política; exigimos la mayor transparencia y no nos preguntamos si estamos mirando donde hay que mirar o en lo que nos dejan, de paso que nos convertimos en meros espectadores; criticamos el aforamiento de los políticos (seguramente excesivo) sin darnos cuenta de que es un procedimiento para proteger a nuestros representantes frente a otras presiones distintas de la de representarnos; endurecemos las incompatibilidades y dificultamos las llamadas puertas giratorias y de este modo contribuirnos a llenar el sistema político de funcionarios; celebramos el carácter abierto y participativo de la red, pero luego nos quejamos de que eso no hay quien lo controle; muchas formas de protesta pueden agrandar la desconexión existente entre los ciudadanos y la política, hacer más rígidas las posturas de la ciudadanía, aumentar el malestar y la desilusión de la gente y simplificar los asuntos políticos o la naturaleza de las responsabilidades buscando eslogans simples y chivos expiatorios…
En cualquier caso, parece bastante claro que la indignación pone y sobre todo quita gobiernos.
-Sí, pero eso es lo más fácil (aunque en Navarra nos ha costado tres intentos). Lo que hay que conseguir es que esos nuevos gobiernos transformen de verdad el sistema político y, sobre todo, las sociedades. Y también tenemos experiencia de muchas frustraciones, de experiencias en las que todo se quedó en nada. Pensemos en las primaveras árabes o en ciertas experiencias de radicalismo democrático que, por no leer bien la sociedad que pretendían cambiar, no han conseguido nada estable que no pudiera ser repuesto por el siguiente Gobierno. Hay ciertas formas de radicalismo con las que uno se queda muy satisfecho, queda muy bien con sus principios, pero que no incomodan en absoluto a los poderes establecidos.
Centrándonos en casos más concretos, ¿hasta qué punto el cambio político en Navarra ha tenido que ver con la indignación?
-Ha tenido mucho que ver con la indignación pero también con la inteligencia y generosidad con que esos actores que disponían de una nueva mayoría han sido capaces de gestionarla. Los errores y el desgaste de quienes patrimonializaron esta comunidad ayudaron a que este cambio se produjera, pero yo siempre he entendido que el cambio era más que un mero cambio de gobierno. Lo que muchos esperamos es un cambio en el modo de gobernar, una nueva cultura política, una voluntad de respeto e integración, un auténtico giro social y una nueva preocupación por la justicia. Para todo esto hace falta algo más que buenas intenciones.
Usted cerraba la lista de Geroa Bai y por lo tanto quizá no observe con imparcialidad el proceder del nuevo Gobierno en Navarra. Pero, ¿qué le parece cómo lo está haciendo?
-Yo soy un filósofo, un intelectual si se quiere, pero eso no significa que vea las cosas de mi sociedad con neutralidad. Siempre he estado comprometido con una sensibilidad política abertzale que ahora representa Geroa Bai. Creo que el nuevo Gobierno ha reflejado bien, con su composición y las primeras medidas, la realidad de que se trata de un cambio sostenido por unas fuerzas plurales, no por una mayoría hegemónica y, sobre todo, que no se trataba de hacer lo mismo que los anteriores pero en sentido contrario, de practicar un sectarismo invertido, sino de hacer una política en la que nadie se sintiera excluido (lo que no quiere decir que no se gobierne desde unos planteamientos que lógicamente no gustarán a muchos). Eso de gobernar para todos es un eslogan si se entiende como que hay que gustar a todos; tiene sentido en la medida en que los procedimientos de gobierno pueden ser más inclusivos de lo que eran hasta ahora.
¿Cree que va a ser difícil llevar adelante el ambicioso programa de gobierno pactado entre cuatro siglas con diferencias sustanciales?
-Hay puntos de desacuerdo, distintas culturas políticas, experiencias políticas diferentes y ambiciones electorales que pondrán a prueba la solidez de lo pactado, especialmente conforme avance la legislatura. En cualquier caso, creo en la capacidad de diálogo de la presidenta, en la sensatez de las fuerzas del cambio y, sobre todo, en que no hay ninguna alternativa mejor.
De hecho estas cuatro organizaciones han sido incapaces de pactar unos mínimos para ir juntos a las generales. ¿Le extraña? ¿O cree que estos cuatro suman más por separado que juntos?
-No se trata de sumar o restar. Si entre los principios que sostienen el acuerdo programático está el respeto a la pluralidad de Navarra, es mucho más coherente con esos principios que cada uno se presente por su cuenta ante el electorado y no renuncien a hacer una oferta plural a la sociedad. Hacer un frente común supondría, por el contrario, dar a entender que el único objetivo que les interesaba era echar a UPN y además estrechan la paleta de opciones que se le ofrecen a la gente. El electorado tiene derecho a elegir entre posibilidades diversas. Hay además otra cuestión que debería interesarles: quién de entre las fuerzas políticas del cambio va a ser capaz de disputarle la hegemonía a UPN. La candidatura de unidad me parece poco ambiciosa cuando podría redefinirse la centralidad política, y quien mejor preparado está para ello es Geroa Bai.
Y qué le parece la actitud de UPN en la oposición. ¿Cree que todavía no se ha adaptado a su nuevo papel?
-UPN es un partido que tiene en su ADN una negación, una negación hacia lo vasco de Navarra y hacia todo lo que tenemos en común los territorios forales; si renuncia a esa negación, pierde su razón de ser y su electorado no lo entendería. Si la mantiene, le costará mucho volver a ocupar la centralidad política. Es un verdadero dilema que les obligará a una reflexión de fondo. De todas maneras, aunque tiene una profunda división interior y no estaban preparados para hacer otra cosa que ocupar el poder, me merecen un gran respeto. Su amplia y homogénea implantación en Navarra les da una fortaleza que nadie más tiene.
Estamos en el año electoral más intenso de los últimos tiempos. Empecemos por Catalunya. ¿Quién sale a su juicio reforzado de estas elecciones? ¿Cree que Más está autorizado con este resultado a continuar con su programa independentista?
-El partido más coherente ha sido la CUP. Mientras que unos decían que no era un plebiscito (porque no lo han permitido), pero luego afirmaban que lo habían perdido los independentistas y estos contaban escaños o votos según les conviniera, la CUP ha dicho que el plebiscito lo han perdido. El resultado de las elecciones está pidiendo una solución de compromiso. El problema es que se ha producido una curiosa alianza de quienes dicen que es demasiado pronto para el diálogo y los que dicen que es demasiado tarde. Y con estas últimas elecciones se han fortalecido los agentes que no saben, no pueden o no quieren un compromiso. Ahora bien, ¿por qué contentarse con una victoria sobre el adversario cuando se puede conseguir algo mejor? Esto parecen no entenderlo quienes han renunciado a la posibilidad de construir mayorías políticas más amplias. Hoy por hoy este diálogo, lo reconozco, es muy difícil, entre otras cosas porque no hay verdadero diálogo si el resultado final no está abierto sino predeterminado, como cuando el Estado apela a la legalidad, al marco constitucional o a que decidan todos los españoles. No veo otra solución que una reforma constitucional en la que se reconozca la singularidad nacional de Catalunya y se establezca un cauce para un ejercicio posible de la autodeterminación.
Dentro de dos meses elecciones en el Estado. ¿Se atreve a dar un pronóstico?
-Dada la actual volatilidad cualquier pronóstico es una apuesta o, más bien, un deseo. Lo único seguro es que habrá una mayor fragmentación y quien quiera algo ha de estar dispuesto a entrar en un juego de cesiones y compromisos. El que prefiera mantener intactos sus principios o su listón de máximos puede quedarse fuera del juego, pero no conseguirá transformar la realidad social en la dirección deseada, aunque sólo sea un poco y siempre menos de lo pretendido.
¿Pagará el PP la recentralización?
-Estoy seguro de que si el PP hubiera sabido el lío en el que se metía no hubiera presentado recurso al Tribunal Constitucional contra el Estatut. Eso ya lo ha pagado. La recentralización en general no creo que sea incomprendida por el electorado español. En Navarra el sedicente navarrismo ha estado ausente de esos debates, con una docilidad ante la recentralización que es una de las causas que explican su deterioro electoral. Que UPN no quiere ahora presentarse con el PP es un reconocimiento de que Navarra no ha estado presente activamente en las Cortes por ellos sino por el resto de los representantes. Y no creo que el electorado olvide con rapidez esa desidia.
¿Percibe que se ha desinflado Podemos?
-Uno de sus dirigentes, colega mío universitario, me decía hace poco que el tiempo se estaba portando mal con ellos. Yo le contesté que cuando uno apuesta todo a la carta de la novedad se pone en contra del tiempo. La política ha entrado hace tiempo en un carrusel de aceleración que se lleva todo por delante en cuestión de meses. Hace no mucho eran UPyD e IU quienes estaban en la cresta de la ola, luego Podemos, ahora parece que Ciudadanos… La novedad se ha erigido como el máximo valor político, aquí y en Estados Unidos, donde en las primarias republicanas los candidatos en cabeza son los que más pueden presumir de que no tienen pasado político. Creo que la gente se ha saturado un poco de ese juego y también valora, además de la novedad, la experiencia política, el oficio. Yo aconsejaría a los actores políticos no apostarlo todo a la novedad y a los viejos actores tener un poco de paciencia y no ponerse a correr a ver quién tiene menos arrugas.
¿Ciudadanos va a condicionar las nuevas mayorías?
-Es un partido que se sitúa en una similar longitud de onda que Podemos en la medida en que apuesta por la regeneración y la novedad. Su aparición desmiente la pretensión de Podemos de que el eje derecha/izquierda debería considerarse algo superado. De todas maneras, la historia posterior decidirá sobre qué es lo realmente nuevo, porque muchas veces lo que se presenta como innovador no es más que bisoñez o inexperiencia. El principal problema que unos y otros están teniendo es de casting, como lo hemos visto en Navarra. Los viejos partidos puede que estén un tanto anquilosados pero tienen una cierta cantera. Los nuevos han salido a la calle a ver qué pillaban.
Daniel Innerarity es Catedrático de Filosofía Política y Social de la UPV. Escritor, ensayista, filósofo y conferenciante Diserta.
Fuente: Noticias de Navarra.