Casi todos los grandes empresarios tienen algo en común: no dedican toda la jornada a su trabajo, sino que destinan una parte de la jornada a leer, aprender y seguir formándose
Benjamin Franklin, inventor y uno de los Padres fundadores de Estados Unidos, solía levantarse todos los días muy temprano, antes que el resto de su familia. Dedicaba ese tiempo arañado al reloj –una hora al día, los cinco días de la semana– a leer y estudiar, a fijar unas metas de aprendizaje y a reflexionar sobre lo que había aprendido, una costumbre que muchos otros innovadores han copiado durante los últimos dos siglos y medio. Aunque no siempre le era posible, este hábito le ayudó a convertirse, entre otras cosas, en el inventor del pararrayos y en uno de los colaboradores en la redacción de la Declaración de Independencia de EEUU. No está mal.
Durante los últimos tiempos, la regla de las cinco horas se ha convertido en uno de los lugares comunes de la literatura de crecimiento personal y éxito empresarial. Al fin y al cabo, es una fórmula sencilla y útil. En ‘Inc’, por ejemplo, el fundador de Empact y autor de ‘The Student Success Manifesto’ Michael Simmons invoca de nuevo a Franklin para recordar que se trata de “una estrategia para el éxito que todos podemos usar, y que de hecho, nos veremos obligados a emplear”. No solo porque espoleará nuestra creatividad, nos hará más felices o nos ayudará a desarrollarnos como personas, sino sobre todo porque terminará marcando la diferencia entre aquellos que consigan salir adelante y los que no.
Nos pasamos el día corriendo porque pensamos que eso es lo que mide nuestro éxito, pero no es lo mejor que podemos hacer
Hay que hacer tiempo aunque parezca que no lo tenemos, recuerda Simmons en una entrada personal en ‘Medium’, pues incluso personas tremendamente atareadas como Bill Gates, Elon Musk o Warren Buffett lo han hecho. Es notorio que el oráculo de Omaha, por ejemplo, puede llegar a dedicar hasta un 80% de su jornada diaria a leer. Simple y llanamente, leer. Se puede argumentar que tan solo unos privilegiados pueden hacerlo, pero Simmons insiste en que cualquiera debería ser capaz. Tan solo hay que planificarlo.
“Muchas personas miden su jornada laboral en función de cuánto consiguen hacer”, explica el autor. “Como resultado, pasan todo el día corriendo pero cada vez mejoran de forma más lenta”. El éxito en el día a día suele medirse por la productividad inmediata, pero el experto en desarrollo personal recuerda que es un triunfo ilusorio, ya que resulta muy poco rentable a largo plazo, puesto que apenas deja poso. Por el contrario, aprender cosas nuevas, poco a poco, es mucho más inteligente. A largo plazo, es lo que nos diferenciará de nuestros competidores.
¿Cómo hacerlo?
“Aprender es la mejor inversión que podemos realizar en nuestra vida”, explica. “Es algo fundamental en nuestra economía del conocimiento, aunque pocas personas se han dado cuenta”. Por eso mismo, aprovechando esa oportunidad que tan solo conocen los lectores de Michael Simmons (y, desde ahora, de este artículo), podemos diferenciarnos del resto con apenas una hora de trabajo al día. Decirlo es fácil, objetarán algunos, pero mucho más difícil es hacerlo. Por eso el propio autor proporciona unas pautas.
Quizá leer un libro de historia sobre la Guerra de Secesión americana nos pueda ayudar a resolver un problema en nuestra empresa.
Aprender no es simplemente leer y memorizar, aunque este sea un interesante punto de partida. La mayor parte del aprendizaje autodidacta comienza por la lectura. “¿Qué tal coger un libro para empezar?”, propone Simmons. Si te resulta difícil, recuerda que Bill Gates lee un libro a la semana, algo que le ayuda no solo a expandir sus horizontes, sino también a encontrar soluciones imprevistas a problemas cotidianos. La lectura es, por lo tanto, una manera de abandonar el marco mental cotidiano en el que estamos presos.
Pero no debemos quedarnos ahí. La reflexión y el pensamiento son esenciales, tanto sobre aquello que acabamos de leer como sobre otros temas que nos preocupen. Debemos tener cuidado con no caer en los pensamientos obsesivos, que nos pueden asaltar una y otra vez y conseguir que esa hora de reflexión se convierta en otro momento más para estresarnos. Más bien, deberíamos centrarnos en algo muy diferente a lo que nos consume: quizá leer un libro de historia sobre la Guerra de Secesión americana nos pueda ayudar a resolver un problema en nuestra empresa.
¿Habría podido Ben Franklin inventar el pararrayos si no hubiese unido un esqueleto de metal a una cometa y la hubiese hecho volar un día de tormenta? La experimentación es otro paso esencial de nuestro proceso de aprendizaje, aunque no hace falta que sea tan espectacular. Basta con probar, fracasar y fracasar mejor (como diría Beckett) o tener éxito. Es una manera de aplicar el conocimiento que hemos adquirido a la vida real. Como recuerda Simmons, “más que hacer las cosas automáticamente y no mejorar, podemos aplicar los principios de la práctica deliberada para seguir mejorando”. Es decir, debemos centrarnos en aquellas habilidades en las que tenemos un amplio margen de mejora.
El conocimiento no se devalúa
Una buena estrategia a la hora de profundizar en este proceso de reflexión es caminar, algo que han hecho a menudo los grandes pensadores. Es una manera sencilla (¡y saludable!) de recibir estímulos que nos ayuden a elaborar nuestro pensamiento y que contribuyen a que broten de manera aparentemente espontánea nuevas ideas. Otra buena opción es conversar con un amigo, un familiar o, mejor aún, un desconocido. Todo lo que alimente nuestra maquinaria cognitiva puede ser útil.
Lo peor que puedes hacer es trabajar sin parar y no sacar tiempo para ti mismo y aprender cosas nuevas, porque te sitúa en el grupo “de riesgo”.
La tesis de Simmons tiene un objetivo claro (y no, no es únicamente promocionar su seminario). Vivimos en la sociedad del conocimiento, de acuerdo, pero también en la que el futurólogo tecnológico Peter Diamandisllamó de la “rápida desmonetización”, en la que productos que hasta hace no mucho tiempo eran muy caros se están abaratando sensiblemente y algunos, de hecho, pueden adquirirse de manera gratuita. De esa manera, una gran cantidad de productos que se pueden comprar con dinero se devalúan rápidamente.
El conocimiento, sin embargo, no lo hace. Como el autor recuerda, “a la gente en los peldaños de abajo de la escalera económica se le estruja más y se le compensa menos, mientas que los que se encuentran arriba tienen más oportunidades y ganan más”. ¿Lo peor que puedes hacer? “Aquellos que trabajen realmente duro a lo largo de su carrera y no saquen un poco de tiempo libre para seguir aprendiendo serán el nuevo grupo ‘de riesgo’”, cree Simmons. Un nuevo estado de las cosas en el que el esfuerzo ya no es lo importante, sino seguir aprendiendo. Nosotros somos los robots que, de no reciclarnos, podemos quedar obsoletos en cualquier momento.
Fuente: El Confidencial