Liderazgo y calidad democrática. Por Javier Sada

Del mismo modo que no podemos escapar de la responsabilidad individual que tenemos sobre nuestra propia democracia, igualmente estoy absolutamente convencido de que hay una estrecha relación entre liderazgo y calidad democrática.

Ambas creencias me mueven a exponer una serie de consideraciones. Son reflexiones que deseo compartir por creerlas especialmente oportunas en estos momentos de crisis e incertidumbre. Una crisis que se hace sentir tanto en el plano económico como en el político; una crisis institucional visible en todos los sectores, desde el educativo al sanitario. Y una crisis que se caracteriza, también, por su prolongada duración.

Que todo ello –amplitud, intensidad y duración de la crisis– esté siendo especialmente grave en el caso de España se debe, en mi opinión, a una marcada falta de liderazgo político.

En apoyo de esta opinión, me gustaría destacar algunas de las principales dimensiones que caracterizan tanto el concepto de liderazgo como la práctica de los líderes generadores de confianza.

La primera es la capacidad para interpretar el mundo en que operamos. Según Peter Drucker, ‘’los tiempos de crisis son tiempos de peligro [y] para un líder, el mayor peligro de todos es no entender, o no querer ver, La Realidad del Entorno’’.

En la memoria de todos está la demora con que –por incapacidad o por voluntad– se denunció el así llamado estallido de la crisis en España. El hecho es que hace seis años se cometieron tres errores básicos (de entendimiento de la situación, de plazos y de costes) cuyos efectos todavía hoy estamos padeciendo.

El segundo pilar fundamental de lo que constituye la esencia del liderazgo es la capacidad para concentrarse en lo realmente importante. Esta capacidad para enfocar lo esencial y evitar lo accesorio quedó acuñada, desde los tiempos del presidente Clinton, con la conocida expresión ‘es la economía, estúpido’.

Este afortunado eslogan tiene su inmediata traducción al asunto que nos ocupa: ‘Son los votantes, estúpido’; no los votos. Pues el líder político que merece tal nombre se concentra en las necesidades de sus representados, no en el número de votos que le va a permitir seguir valiéndose del escaño.

En tercer lugar, no hay liderazgo ni líder que merezcan ser designados como tales si no se encuentran, en su formulación y en su práctica cotidiana, íntimamente unidos a la formación continua. Pues un líder se distingue no sólo por su decidido empeño en la educación de sí mismo, sino también por la forma en que impulsa y garantiza las condiciones que favorecen la formación permanente de los ciudadanos.

Este escenario únicamente es posible en el seno de una sociedad que considera la educación como un asunto de Estado, fuera de la disputa política. Cuando no es así, es decir, cuando el espacio donde se elabora el futuro de una sociedad –el espacio educativo– está sometido a los vaivenes de la política, ni la cultura del liderazgo ni los líderes prosperan. Ahora podríamos preguntarnos si actualmente  los dirigentes de nuestro país fomentan la formación y la cultura democrática de forma tal que los ciudadanos juzguemos  con mayor fundamento sus decisiones. Mucho me temo que nada más lejos de la realidad.

Finalmente, en cuarto lugar, considero que la fortaleza del liderazgo en no importa qué tipo de sociedad –empresa, organización no lucrativa, unidad familiar o país– está determinada por la confianza que inspiren los líderes. Y ésta, la confianza, entendida como sinónimo de liderazgo, no es posible si el líder no es capaz de escuchar, de entender y atender las necesidades (no los deseos) de quienes conforman la organización que lidera.

Sabido es que los líderes peor valorados en las encuestas son los líderes políticos. En mi opinión, la razón que mejor explica estos pobres resultados es su absoluta incapacidad para generar un mínimo de confianza. Los líderes políticos, simplemente, no son creíbles. Por su escasa preparación para interpretar el mundo; por su desacierto en distinguir lo importante de lo accesorio; por su desprecio de la educación, como valor común y espacio donde fabricamos nuestro futuro, y por último, mas no por ello menos importante, por su escasa, si no nula, capacidad de escucha.

No sé cuando terminaremos esta difícil travesía en la que estamos embarcados. De lo que sí estoy plenamente convencido es de que cuando lleguemos al final de túnel y comencemos un nuevo ciclo, una nueva raza de líderes y una ciudadanía más comprometida serán la mejor garantía para evitar errores ya conocidos y hasta entonces conviene no olvidarnos de que todo lo que suceda en nuestra sociedad tendrá mucho que ver con el Liderazgo ó la falta del mismo.

Por Javier Sada. Fundador del Foro de Liderazgo Club 21, es Senior Consultant, exvicepresidente mundial de IBM y conferenciante diserta

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