Empecemos por una idea impopular: la Navidad es estupenda.
No es que la Navidad sea impopular, claro; esa idea resulta ridÃcula: nada hace moverse a tanta gente de sus casas para reunirse con otros, nada genera mayor cantidad de palabras amables -desearse felicidad, ¡una rareza en el paÃs de la cernudiana «hiel sempiterna»!, y prosperidad para el año próximo- e intercambiarse regalos. La publicidad no engaña, aunque algunos crean que nada engaña tanto como la publicidad: es una fiesta sentimental. Por supuesto lo impopular no es la Navidad, claro, sino hablar bien de la Navidad. Ya sea por la tendencia humana a hablar más de las desgracias que de las alegrÃas, como intuyó Dostoievski, o por el prurito intelectual de la negatividad. De creer a los aguafiestas profesionales, todo estos dÃas es falso, impostado, egoÃsta y además un engañabobos.
La Navidad, a pesar de los cenizos, es estupenda. Para militar en el bando de quienes aprecian la Navidad basta con aplicar el método básico: observar a quienes la detestan. No querrÃas ser uno de ellos. Por supuesto los enemigos de la Navidad se benefician del prestigio intelectual del pesimismo, de ahà su cómica autoridad moral dando sermones desde cualquier púlpito para denunciar el derroche, la hipocresÃa y los excesos de esta fiesta. Detrás de eso sólo hay una mala predisposición a la alegrÃa. Quizá porque, como decÃa Gide, y después Godard, con buenos sentimientos no se hace buena literatura.
La Navidad, sÃ, tiene ese componente esencial: la alegrÃa. Los cenizos dicen alegrÃa por decreto. A ver, muchachos, ¿decreto de quién? Por supuesto hay que ser bobo, para confundir felicidad y alegrÃa. Pero hay que ser igualmente bobo para despreciar ésta. El viejo Jonathan Swift tenÃa razón: no hay una medicina más eficaz que la del Doctor AlegrÃa. No hay mejor regulador para la quÃmica del ánimo. Los enciclopedistas volterianos, antes de que la razón se enredara en el prestigio del pesimismo, divulgaron con entusiasmo el valor de la alegrÃa. Estas fiestas pueden ser una coartada para disfrutar, pero en definitiva es disfrutar, y eso no cotiza en euros, al menos no más que el resto del año.
En el viejo clásico de Hollywood Milagro en la Calle 34, aquà traducida De ilusión también se vive, ya decÃan que la Navidad no es una fecha sino un estado mental. Una predisposición. Por supuesto se vocean muchas gilipolleces, ¿y cuándo no?, y la decoración puede resultar horrÃsona, ¿y el resto del año aflora el estilo? Claro que nadie querrÃa que se cumpliera aquellas aspiración de Dickens de hacer que todo el año se prolongue la Navidad. Pero al menos es razonable que la Navidad dure al menos lo que dura la Navidad.
Asombra el caudal de artÃculos sobre las amenazas de la Navidad, los riesgos de la Navidad, los peligros acechantes estos dÃas, el sobrepeso, la frustración, la melancolÃa, el hÃgado, la epifanÃa del cuñadismo, ¡el colesterol! ¡el colesterol! Claman los titulares como si vieran a Los Jinetes del Apocalipsis desde el salón de Madariaga. Qué cosas. Parece que alguna gente se mira cada mañana en la báscula, gramo a gramo como si fuesen aspirantes al tÃtulo mundial de los welter. Este es, en fin, un tiempo excitante para los moralistas. «Y ahora la Navidad es para el shopping y el dios del shopping está en todas partes» canta la Matthew Good Band en The Future is X-Rated. La cansina miopÃa de los enemigos del comercio resulta muy estimulante.
Por impopular que sea, sÃ, la Navidad es estupenda. Y sobre todo en un paÃs tan áspero.
Autor: Teodoro León Gross
Fuente: El Mundo