Una llamada a la sociedad, una llamada a la esperanza

8Marzo_Diserta

Acabamos de celebrar el 40º aniversario de la Constitución Española que proclama la igualdad como uno de los pilares y valores fundamentales, junto a la libertad, la justicia y el pluralismo político, principios sobre los que se asienta nuestro Estado social y democrático de Derecho. Y, para la consecución de estos fines, la Carta Magna otorga configuración constitucional al Ministerio Fiscal con importantes funciones en aras de promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés general. Desde entonces, igualdad y justicia se encuentran inexorablemente unidas.

Sin embargo, la igualdad real entre hombres y mujeres, como reflejan los resultados de las últimas encuestas, aún no ha calado en nuestra sociedad, que, para el 65% de los españoles, es poco o nada igualitaria, lo que nos obliga a detenernos y reflexionar sobre el papel que ejerce la mujer. El cuadro que se nos ofrece tiene claroscuros como se corresponde a la propia complejidad que esconde la violencia sobre la mujer que ancla sus raíces en convicciones socio culturales muy difíciles de desbancar.

Hemos avanzado mucho en visibilidad y representación de las mujeres en el mundo laboral, en el deporte, en la cultura y en la política pero, por otro lado, los roles y estereotipos tradicionales perduran y se afianzan especialmente entre los más jóvenes, a pesar de las campañas de sensibilización. Vivir sin violencia es un derecho de las mujeres que el Estado tiene la obligación de garantizar. Y para ello nos hemos dotado de leyes que defienden con firmeza y sin fisuras a las víctimas de la violencia de género, mujeres que a veces no llegamos a entender ni comprender el verdadero infierno en el que viven bajo una apariencia de hogar. A esas mujeres debemos enviar hoy, Día Internacional de la Mujer, un mensaje claro: ninguna debe sentirse sola, ninguna debe permanecer en silencio.

Porque la igualdad no es sólo un derecho, es el antídoto contra la violencia de género, una realidad injustificada e injustificable que persiste a pesar de los intentos de algunos sectores de cuestionarla. Las 984 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas desde el año 2003, o las 33.146 sentencias condenatorias dictadas a lo largo del año 2017 por los diferentes órganos judiciales, lo confirman sin paliativos.

Todos a una, hombres y mujeres, debemos sumar esfuerzos para seguir avanzando en esta lucha sin cuartel que no finalizará hasta que no haya ni una sola mujer que sufra violencia, vejación o miedo por el mero hecho de ser mujer, porque esa será la señal de que como sociedad hemos progresado y madurado;y, en ella, el agresor no tiene lugar. Hay que conseguir que, cuando una mujer sea agredida por su pareja, el sentimiento de humillación, vergüenza y rechazo no lo sienta ella sino el agresor.

Por ello es necesario hacer una llamada a la sociedad, para que no se calle frente a la violencia que padecen las mujeres en su entorno familiar, laboral o de vecindad, porque siempre se puede hacer algo para evitar el dolor ajeno, porque el ejemplo es eficaz, porque las unidades policiales especializadas y la Fiscalía están abiertas a atender las denuncias. Todo menos que ese dolor nos sea indiferente y unos pocos agresores puedan con muchos ciudadanos que no hemos hecho lo suficiente, parafraseando la canción que tan bien interpretaba Mercedes Sosa.

No podemos olvidar a las víctimas invisibles de este tremendo drama social: los niños que, indefensos, viven en ese hogar privados de paz y cuyo desarrollo y bienestar se ven truncados por esa irracional violencia procedente de su propio padre y se ven condenados a crecer sin tener a su madre al lado, o su vida es segada a manos de un agresor ávido de hacer el mayor daño posible. No es difícil percibir que un hombre violento con su pareja lo es también con sus hijos, a pesar de los intentos de las madres para protegerlos. Incluso si se pone fin a la convivencia, ello no siempre supone el fin de la violencia, pues ésta puede continuar a través del ejercicio del régimen de visitas, percibidas a menudo por los hijos como una tortura adicional.

La Fiscalía se ha sumado desde el primer momento a ese empeño con la convicción del compromiso pleno con la igualdad y el apoyo firme de la ley en defensa de las víctimas y de los menores. Ellas y ellos tienen en el Ministerio Público un aliado para protegerlas de esas agresiones tan injustas como habituales.

La ley y la Fiscalía se constituyen en un muro de contención para detener actuaciones criminales propias de un machismo que todavía en el siglo XXI pretende mantener el estatus en el que se ha amparado demasiado tiempo con la permisividad de una sociedad que miraba para otro lado. Y hace ya tiempo que muchas mujeres y algunos hombres dijeron basta a esta barbaridad silenciosa. Necesitamos más hombres que se sumen a esta causa renunciando a perpetuar el modelo actual.

En este lento pero decidido cambio del entramado social, la Justicia ha tenido y está teniendo un papel fundamental. Al más alto nivel, el Tribunal Supremo lo ha asumido de modo que, con pequeños pasos de gigante, va abriendo un camino de luz y esperanza hacia la igualdad en varias resoluciones. En estas sentencias, desde la perspectiva de género, el Alto Tribunal reconoce que la desigualdad estructural a la que la mujer se ve sometida por el hecho de ser mujer, requiere y justifica una respuesta penal más contundente, o que un ataque grave contra una mujer por parte de su pareja o ex pareja es motivo suficiente para suspender el ejercicio de la patria potestad sobre los hijos menores, a los que demuestra no querer, porque siempre debe primar el interés superior de éstos.

Juntos podemos cambiar las reglas del juego para hacer un mundo más justo e igualitario. Pero, como advertía hace años Simone de Beauvoir, «no olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos. Debéis permanecer vigilantes durante toda vuestra vida».

Hemos de mantener vivo este empeño, y la celebración de este día debe suponer un impulso que abarque todos los días del año. Pienso ahora en las nuevas generaciones de jóvenesquienes se están formando su propio criterio en éste y en otros ámbitos de la sociedad. Y conviene caer en la cuenta de que, en este proceso de formación, lo primero que hacen es fijarse en el modo de actuar de sus mayores.

Nuestros jóvenes imitarán los modelos de conducta que hayan aprendido en sus hogares, donde deben ser formados en una cultura del respeto. Ninguna persona debe ser tratada como una posesión, y nadie puede sentirse superior a nadie, con unos supuestos derechos de dominación que sólo pueden generar el más absoluto de los rechazos.

El diseño de esta sociedad del presente y del futuro está en nuestras manos. Pongámonos todos manos a la obra en esta apasionante tarea de la igualdad.

Pilar Martín Nájera es fiscal de Sala Delegada de Violencia sobre la Mujer.

Fuente: El Mundo

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